Autor: P. Mario Pezzi
Fuente: http://www.mscperu.org
La
finalidad de estas catequesis es la de dar a conocer la "Teología del cuerpo"
que el Papa Juan Pablo II expuso en las Audiencias generales de los miércoles,
porque representa una forma moderna de expresar el contenido de la Revelación
y de la Tradición, sobre bases más bíblicas y con un lenguaje más cercano a
nosotros. La luz que proviene de la Revelación sobre la sexualidad, el
matrimonio y la familia, en su esplendor y belleza desenmascara los engaños y
la pernicie de las ideologías modernas que banalizan la sexualidad, la separan
de la persona y del amor, y causa muchas frustraciones en los jóvenes de hoy
día. Solamente el respeto de la Verdad deja resplandecer la belleza y el
gozo del misterio de la vida en todos sus componentes. Transmitir esta
luz a nuestros hijos, a las nuevas generaciones forma parte de la
transmisión de la fe, y puede fascinar y entusiasmar a los jóvenes a vivir
los misterios de la vida (sexualidad, noviazgo, matrimonio), a la
luz y en la comunión con Dios. El descubrimiento de este "tesoro escondido"
los sostendrá en el combate contra las falsas seducciones del mundo.
Para
comprender la "Teología del cuerpo" es necesario tener presente lo que el
joven Karol Wojtyla ya expresó en 1960 en su libro Amor y responsabilidad:
El personalismo en Karol WojtyIa, Amor y
responsabilidad...
En su análisis personalista{1},
desarrollado en el libro Amor y responsabilidad, Juan Pablo II
manifiesta la importancia de considerar siempre en el otro, una
persona digna de respeto y con igual dignidad en cuanto criatura de Dios.
La realización de cada persona se actúa en el don de sí. El respeto del
otro en cuanto persona que es distinta de mí, constituirá el núcleo
central de la "Teología del cuerpo".
"Amor y
responsabilidad”
apareció el mismo año que La tienda del orfebre, o
sea, 1960. Fue la primera obra de Karol Wojtyla. Este tratado de ética sexual
da fe del carácter innovador de su pedagogía, alimentada por las numerosas
conversaciones que mantenía con sus estudiantes y los miembros de su red{2}.
La
intención que le animaba en Amor y responsabilidad era presentar la
moral de la Iglesia no en términos de lo permitido/prohibido, sino a partir de
una reflexión sobre la persona, en la que busca la justificación y el
fundamento de las reglas éticas. Su intuición de partida es que en el
contexto de los años `60, los hombres y las mujeres ya no aceptarían
las reglas de la moral tradicional tal como éstas habían sido
formuladas hasta entonces, y no serían capaces de aceptarlas más que a
partir del momento en que pudieran ver en ellas un itinerario que les
condujera hacia una mayor realización de sí mismos, discerniendo en
ellas los medios para encaminarse hacia una consumación total de la
persona.
Aquí
es dónde aparece lo que
él llama la norma personalista, regla absoluta que ha
tomado
de Kant, pero dándole una interpretación nueva de estilo personalista: no
servirse del otro, no utilizarle. El utilitarismo puede tomar en el
matrimonio dos formas: el hedonismo o permisividad, que consiste
en someter la relación sexual únicamente al principio del placer, y
el rigorismo o "procreativismo", que la somete únicamente
al imperativo de procrear[3].
El
fundamento de la moral es no usar nunca al otro, no instrumentalizarlo
nunca, pues al instrumentalizarlo, lo cosifico, atento contra su estatuto
de persona para rebajarle al nivel de un medio, de una cosa. Amar se opone a
utilizar: si amo, no puedo utilizar al otro, pues amar a una persona significa
primero entregarse a ella.
"El
principio del utilitarismo y el mandamiento del amor son opuestos, porque
a la luz de este principio el mandamiento del amor pierde su sentido sin más.
Paralelamente se revela su contenido positivo: la persona
es un bien tal, que sólo el amor puede dictar la actitud apropiada valedera
respecto a ella. Esto es lo que expone el mandato del amor"[4].'
Después de
estas premisas, podemos ahora entrar en el "corpus doctrinal" de la "Teología
del cuerpo".
Los siguientes textos, como la mayoría de los textos
citados, están sacados del libro "La sexualidad según Juan Pablo II"[5].
El autor del libro, Yves Semen, casado, padre de siete hijos, doctor en
Filosofía, se propone divulgar la "Teología del cuerpo” desarrollada
por el Papa Juan Pablo II, que, según veremos más adelante, por distintas
razones ha quedado hasta ahora bastante en la sombra e ignorada también por
parte de los Pastores de la Iglesia Católica. He pensado que era bueno hacer
traducir este libro al italiano, al español y a otros idiomas,
como ayuda tanto para los padres como para los jóvenes de cara al
noviazgo y a la vida matrimonial.
He
intentado, en la medida de lo posible, reforzar la Catequesis con algunas
citas del Compendio dei Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado el
28 de Junio del 2005 por el Papa Benedicto XVI. Una de las características del
Compendio
es "su
forma dialógica, que retoma un antiguo género literario catequético, hecho de
preguntas y respuestas. Se trata de reproponer un diálogo ideal entre el
maestro y el discípulo, mediante una secuencia insistente de
interrogantes, que interpelan al lector invitándole a continuar en el
descubrimiento de los siempre nuevos aspectos de la verdad de su fe. El género
dialógico concurre también para abreviar notablemente el texto,
reduciéndolo a lo esencial. Eso podría favorecer la asimilación y la
eventual memorización de los contenidos" (Introducción, n. 3).
Por
razones obvias de limitación de tiempo, tomaremos en consideración solamente
algunos aspectos principales de la "Teología del cuerpo". Cada ciclo de
catequesis comienza con un texto bíblico, que después viene analizado y
desarrollado sacando las consiguientes normas morales.
2 EL PLAN DE
DIOS SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA
"La primera serie de catequesis que desarrolla Juan Pablo
II se refiere al principio, es decir, aquel principio al cual Jesucristo se
refiere casi como un "tiempo prehistórico", que precedió la caída del pecado
original de nuestros padres[6].
La "Teología
del cuerpo", nos dice Juan Pablo II, es una pedagogía que pretende
hacernos comprender el verdadero sentido de nuestro cuerpo. Dejémonos
conducir por Juan Pablo II por los caminos de esta pedagogía, que sigue la
pedagogía del mismo Jesús. Y es que la "Teología del cuerpo" de Juan Pablo II
comienza con un texto de San Mateo que refiere la actitud de Jesús respecto a
unas preguntas que le plantean los fariseos:
«Y se le
acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba le dijeron: '¿Puede uno
repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?' El respondió: ¿No habéis
leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra,
y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá
a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya
no son dos, sino una sala carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el
hombre'. Dícenle: 'Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y
repudiarla?' Díceles: 'Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro
corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue
así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer y se case con otra,
comete adulterio» (MI
19, 3-9; ver también Mc 10, 1-2).
A partir de
este texto introduce Juan Pablo II "Teología del cuerpo": cuando le plantean a
Jesús la cuestión de las relaciones entre el hombre y la mujer, y de las
normas de la sexualidad, se remonta al principio. Se trata de un texto
absolutamente revelador, que va a permitirnos comprender el verdadero
sentido del cuerpo y de la sexualidad en el plan de Dios al principio.
Este "principio"
se refiere a los primeros tiempos de la humanidad, cuyo relato se sitúa al
principio de la Biblia, en el libro del Génesis. Juan Pablo II habla de ellos
como de la «prehistoria teológica» de la humanidad. Son los tiempos que
precedieron a los del "hombre histórico", que es el hombre después del pecado,
después de la caída original. La historia humana empieza con el pecado de los
hombres; el "principio" precede a la historia humana. En cierto modo se trata
del "tiempo antes del tiempo" y nos resulta difícil hacernos una idea de la
situación real del hombre en ese estado. Y, sin embargo -su insistencia es
significativa a este respecto-, fue a este principio al que apeló Jesús
para responder a la cuestión concreta de los fariseos sobre la actitud que
debe tener el hombre respecto a su mujer.
Debemos
precisar que este tiempo del principio, esta especie de "edad de oro" de la
humanidad de antes del pecado, se ha perdido irremediablemente para
nosotros: está definitivamente pasado. Sin embargo, dice Juan Pablo II,
subsiste un "eco" lejano del mismo en el corazón de todo hombre,
dado que hay en su corazón una cierta pureza. Y gracias a esa pureza del
corazón podemos acercamos un poco a ese tiempo de la pureza del principio, a
esa prehistoria teológica del hombre[7].
La soledad original
Narración
elohísta de la creación del hombre: "a imagen de Dios", "hombre y mujer"
Tomemos, de
entrada, el primer relato del Génesis[8],
el llamado "elohísta". Hay, en efecto, dos relatos de la creación del mundo al
comienzo del Génesis. El que el texto bíblico presenta en primer lugar es, de
hecho, el más reciente desde el punto de vista histórico; es el relato que
llamamos "elohísta", pues en él se llama a Dios "Elohím".
El segundo
relato, con el que comienza el capítulo 2 del libro del Génesis, es mucho más
antiguo, más arcaico; a Dios se le designa con el nombre de "Yahvé", de donde
se le llama relato "yahvista". .
El relato
elohísta saca a Dios directamente a escena mediante la creación del hombre y
de la mujer:
«Y dio
Dios (Elohím): "Hagamos al ser humano a nuestra Imagen, como semejanza
nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del Cielo, y en las
bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan
por la tierra ".
Creó,
pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó,
macho y
hembra los creó;
y los
bendijo Dios con estas palabras:
'Sed
fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces
del mar y en las aves del cielo
y en todo
animal que repta sobre la tierra» (Gn 1, 26-28).
Se
constata una discontinuidad
en la obra creadora cuando se llega al hombre. En todo lo que se crea antes
del hombre, cada acto creador empieza por "Dijo Dios" y prosigue con "e hizo
Dios': Cuando se llega a la creación del hombre, Dios dice: «hagamos»: Este
plural ha sido interpretado siempre -y en primer lugar por san Agustín[9]-
como una vuelta de Dios sobre su propia intimidad. Designa el plural de
la Trinidad de las personas divinas: en consecuencia, es toda la Trinidad
la que actúa en la creación del hombre y de la mujer.
No se
menciona la diferencia sexual más que en el caso del hombre y de la
mujer. Se enuncia inmediatamente después de la afirmación del hecho que el
hombre es a imagen de Dios. Eso significa que la diferencia sexual es
imagen de Dios y ha sido bendecida por Dios. En el texto del Génesis, la
diferencia sexual, con todo lo que ésta supone, es una cosa buena: el
hombre y la mujer son imagen de Dios, no a pesar de esta diferencia
sexual, sino precisamente con ella.
Juan Pablo
Il nos enseña así que la diferencia sexual con sus signos, es decir,
los órganos de la sexualidad, tienen que ser tomados del lado de la
semejanza de Dios y no del lado del animal. La enunciación de la
diferencia sexual, contemporánea del acto creador, nos establece en la
relación de semejanza con Dios y no en una prolongación, y todavía menos
en una dependencia, del reino animal.
La segunda
narración de la creación, llamada "yahvista": la soledad radical del hombre
El segundo
relato de la creación, el "yahvista", es, de hecho, anterior en su
redacción y nos presenta una figura de Dios mucho más arcaica y
antropomórfica: a Dios se le compara con un modelador, un alfarero, un
artesano, por consiguiente con una figura humana. Ahora bien, en este segundo
relato hay una percepción psicológica mucho más profunda; porque el texto nos
describe el modo como el hombre se percibe y se comprende. Tenemos aquí, según
Juan Pablo II, el primer testimonio de la conciencia humana.
«El día en
que hizo Yahvé Dios la tierra y el Cielo, no había aún en la tierra arbusto
alguno del campo, y ninguna hierba del campo, había germinado todavía, pues
Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara
el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra y regaba toda la superficie
del suelo. Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló
en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.[..] Dijo
luego Yahvé Dios: 'No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una
ayuda adecuada. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y
todas las aves del Cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba,
y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El
hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del Cielo y a todos los
animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada» (Gn 2,
4b-7 Y 18-20).
"El
cuerpo, mediante el cual el hombre participa en el mundo creado visible, lo
hace al mismo tiempo consciente de estar 'solo'. No hubiera sido capaz de
llegar a esa convicción, a la que, en efecto, según leemos, ha llegado (cf. Gn
2,20), si su cuerpo no le hubiera ayudado a comprenderlo, mostrando la
evidencia. La consciencia de la soledad habría podido quebrarse precisamente a
causa del mismo cuerpo. El hombre, Adán, habría podido,
basándose en la experiencia del propio cuerpo, llegar a la conclusión de ser
sustancialmente semejante a los otros seres vivientes (animalia). Y sin
embargo, según leemos, no ha llegado a esa conclusión; por el contrarío
ha llegado a la persuasión de estar 'solo'. [...] El análisis del texto
yahvista nos permite, además,
vincular la soledad originaria
del hombre con la consciencia del cuerpo,
a través
del cual el hombre se distingue de todos
los animalia
y,
'se separa' de éstos, y también a través del cual él es
persona”[10].
El Hombre,
el Adán,
toma
así conciencia del carácter excepcional de lo que es en la creación en cuanto
ser personal: él es el único ser en toda la naturaleza que es una
persona. Esta soledad lo es, a la vez, respecto a la mujer, que
no existe aún, y respecto a Dios, que no puede ser el objeto de
esta relación de entrega recíproca, porque, aunque Dios sea un Ser personal,
no le es "proporcionado", no es "adecuado" al hombre, no puede ser un
"alter ego" para el hombre. La experiencia de la soledad hace nacer así en
la conciencia humana una sed .de entregarse y, al mismo tiempo, un sufrimiento
por no poder calmar esta sed. Descubrirse solo ahonda en él la necesidad y
la aspiración profunda de su ser a la entrega de sí mismo a otra persona
semejante a él.
...Es
preciso comprender en cierto modo "desde el interior" este sentimiento que
invade el corazón del Adán: éste descubre que es una persona cuya
realización cabal consiste en entregarse a otra persona; sin embargo, en
ninguno de los otros seres de la creación, que, no obstante, conoce en
lo íntimo de su ser, descubre otro ser personal capaz de recibir la
entrega de sí mismo.
Se trata,
por consiguiente, de una soledad radical, total, que no es sólo de
índole afectiva y sensible, sino que se sitúa en el mismo plano del ser una
soledad ontológica aterradora y angustiosa. Y por eso el texto pone en
boca de Yahvé estas palabras: "No es
bueno que el hombre
esté solo".
Como nos muestra el precedente relato de la creación, todos los actos
creadores de Dios son benditos ("Y vio Dios que era bueno"), pero la bendición
sobre el conjunto de la creación no aparece más que después de la creación
de la mujer. La bendición se hace entonces total: "Y vio Dios todo lo que
había hecho: y era muy bueno"
(Gn 1, 31).
Creación de la mujer:
vocación a la comunión .
El relato
llega a la creación de la mujer:
«Entonces
Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió:
Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne.
De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y
la llevó ante el hombre.
Entonces
éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta
será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada:
Por eso
deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los se hacen una
sola carne» (Gn 2, 21-24).
A este respecto dice Juan Pablo II de una manera muy clara:
«El hombre llega a ser "imagen y semejanza" de Dios no tanto en el momento de
la soledad cuanto en el momento de la comunión de las personas que el hombre y
la mujer forman desde el inicio. La función de la imagen es la de reflejar
aquel que es el modelo, de reproducir el propio prototipo. El hombre llega a
ser imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad sino en el momento de
la comunión[11].
Él, en efecto, es desde el 'principio' no solamente imagen -en la cual se
refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino también, y
esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de Personas»[12].
Este punto
es capital, pues tenemos una tendencia excesiva a creer, de manera espontánea,
que el hombre es imagen de Dios por estar dotado de "espíritu", de un
alma espiritual que le hace semejante a Dios, que, por su parte, es puro
espíritu. En realidad, el hombre y la mujer son sobre
todo
imagen de Dios en cuanto personas llamadas a
la comunión.
Puesto que el hombre y la mujer son seres encarnados cuyo cuerpo expresa
a su persona, esta comunión de las personas incluye la dimensión de la
comunión corporal por la sexualidad. Por eso, Juan Pablo II no duda en
decir: "Esto, obviamente, tampoco carece de significado para la "Teología del
cuerpo". Quizás constituye incluso el aspecto teológico más profundo de
todo lo que se puede decir acerca del hombre"
[13]
El sexo
con todo lo que significa, no es, por tanto, un atributo accidental de
la persona.
Los
partidarios actuales
de la ideología del "género" se oponen radicalmente a esta perspectiva
y se muestran muy activos a fin de hacer valer su posición en las grandes
organizaciones no gubernamentales y en las asambleas internacionales
(especialmente en las conferencias de El Cairo de 1994 y de Pekín de 1995), e
incluso en el seno de la ONU. Para ellos, la diferencia sexual y los "roles"
respectivos del hombre y de la mujer no son naturales, sino producto de la
cultura, que está en constante evolución.
... El
relato del Génesis nos enseña una perspectiva completamente distinta: la
diferencia sexual forma parte constitutiva de la persona y la define de
manera esencial. Somos hombre o somos mujer en todas las dimensiones de
nuestra persona, pues de lo contrario no podemos ser don. Somos, hombre
y mujer, con la misma humanidad, pero la diferencia sexual nos
identifica hasta la raíz de nuestro ser y nos constituye como personas
permitiéndonos la complementariedad necesaria para la entrega de
nosotros mismos.
En
consecuencia, mediante la entrega y mediante la comunión de los cuerpos es
como el hombre y la mujer son imagen de Dios, y con esta comunión es como
la Creación, la obra divina, encuentra su acabamiento y su plenitud.
La desnudez de la inocencia
Con la
mención de la desnudez acaba el segundo relato de la Creación:
«Estaban
ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro»
(Gn 2, 25).
La mención
de la desnudez en el texto bíblico no es ni accidental ni accesoria, sino que
manifiesta un estado de la conciencia con respecto al cuerpo.
Juan Pablo
II precisa la razón de que no se sintiera vergüenza en el estado de inocencia
del principio: "Sólo la desnudez que convierte a la mujer en 'objeto' para
el hombre, o viceversa, es fuente de vergüenza. El hecho de que no sentían
vergüenza quiere decir que la mujer no era para el hombre un 'objeto', ni él
para ella. La
inocencia interior como "pureza 'de corazón",
en cierto modo, hacía imposible que el uno fuese, a pesar de todo, reducido
por el otro al nivel de mero objeto. Si no sentían vergüenza, quiere decir que
estaban unidos por la conciencia del don y que tenían conocimiento
recíproco del significado esponsal de sus cuerpos, en el que se expresa la
libertad del don y se manifiesta toda la riqueza interior de la
persona como sujeto. Esa recíproca compenetración del 'yo' de las personas
humanas, del hombre y de la mujer, parece excluir subjetivamente cualquier
'reducción a objeto"?[14]
Existe
también, en esta ausencia de vergüenza, una clara percepción de que el
cuerpo, a través de los signos de la masculinidad y de la feminidad e
incluso en ellos, no tiene nada de común con los animales, y de que no
tiene necesidad de camuflar estos signos, pues no tienen nada de vergonzoso.
Los percibimos como vergonzosos después del pecado, porque vemos
nuestra sexual ¡dad,
no- a la luz de la
Trinidad divina, sino en semejanza a la sexualidad animal. Todo lo que
significa la sexualidad se vuelve así vergonzoso, indigno de lo que somos en
cuanto criaturas dotadas de espiritualidad. La sexualidad aparece así como
una concesión obligada en relación con la exigencia de la procreación...
¡mientras que no se haya encontrado
otro modo de hacer niños!
Se comprende
así la gran tentación que acecha al humanismo ateo y moderno respecto a
la procreación: si pudiéramos prescindir de la sexualidad para
reproducirnos, seríamos en cierto modo "más humanos", ¡dado que
estaríamos menos sometidos al imperativo biológico al que están sometidos los
animales para reproducirse!
El significado
conyugal del cuerpo: el don de sí
Si, siguiendo
a Jesús, nos remontamos al principio,
descubriremos que el cuerpo tiene una
significación conyugal -o esponsal-, porque está hecho para ser dado en
la
entrega esponsal, en la
entrega de los esponsales. Esta capacidad de entrega es la
que nos confiere nuestra dignidad de personas.
En
la audiencia del 20 de febrero de 1980, Juan Pablo II resume todo
el plan de Dios sobre él cuerpo y la
sexualidad humana tal como podía ser vivida en "el
principió":
«El hombre
aparece en el mundo visible como la más alta expresión del
don divino, porque lleva en sí la
dimensión interior del don. Lleva en el mundo, además, su particular
semejanza con Dios, con la que transciende y domina también su
"visibilidad" en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su
desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la consciencia primordial
del significado esponsal del cuerpo, penetrada por el misterio de la inocencia
originaria.
De este modo,
y en esta dimensión, se constituye un sacramento primordial, entendido
como signo que transmite
eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios
desde la eternidad... El cuerpo, en efecto, y solamente él,
es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo
divino. Ha sido creado para transferir en la realidad visible del mundo
el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo»[15].
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"Red"
Don Card. Wojtyla se ocupó de la pastoral de las parejas y de los novios
desde el comienzo de su ministerio. Dos años después de su llegada a San
Florián, Don Wojtyla crea un grupo juvenil que más adelante tomará
el nombre de Srodowisko, que podríamos traducir como "círculo", o,
mejor aún, como "Red". Ésta red estaba constituida por varios
grupos de apostolado a los que animaba Don Wojtyla. Aquella red estaba
compuesta por jóvenes, intelectuales, científicos, filósofos, teólogos,
parejas, casados, novios, y constituía una especie de unidad pastoral
en cuyo seno él ejercía un ministerio del todo particular y, para la
época, decididamente innovador-también para esto fue criticado , un
ministerio de escucha, consejo, acompañamiento.
El Srodowisko sería el lugar de acción privilegiado y de experiencia
pastoral de Karol Wojtyla hasta su elección al pontificado.
[3]
Yves Semen llama "procreativismo" a la que Karol Wojtyla llama "rigorismo
o utilitarismo", pero en el fondo los contenidos coinciden. Cf. Karol
Wojtyla,
Amor y responsabilidad,
Ed. Plaza Janés,1999, p. 60.
[5]
Yves Semen, La sexualidad según Juan Pablo II,
Desclée de Brouwer, 2005. Por falta de tiempo, los textos de este libro
están redactados con un formato distinto, al que se aplica sangría, y
se pueden consultar fácilmente por los títulos de los Capítulos y
Secciones respectivas.
[6]
"Aquellos que
buscan el cumplimiento de la propia vocación humana y cristiana en el
matrimonio, ante todo son llamados a hacer
de
esta
`teología
de cuerpo',
de la
que encontramos el 'principio' en los primeros capítulos
del libro del
Génesis, el contenido
de su
vida y
de su
comportamiento"
(Juan
Pablo 11, Audiencia del 2 de Abril
de 1950, § 5).
[8]
Cf. Audiencia del 9 de Enero de 1990, 16 de Enero de 1980, 30 de Enero de
1990 y 6 de Febrero de 1980.
Dios,
que es amor y que creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando
al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima
comunión de vida y de amor recíproco, “así que ya no son dos, sino una
sola carne” (Mat 19,6). Bendiciéndoles, Dios les dijo: “sed fecundos y
multiplicaos” (Gen 1, 28) (Compendio CEC. 337).
¿Para qué fines ha instituido Dios cl matrimonio?
La
unión matrimonial del hombre y de la mujer, fundada y estructurada con
leyes propias por el Creador, por su propia naturaleza está ordenada a la
comunión y al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los
hijos. La unión matrimonial, según el originario diseño divino, es
indisoluble, según afirma Jesucristo: "lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre" (1J c. 10, 9) (Compendio CEC. 338).
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